Campaña
Barahona 20-29 febrero de 2016.
El día 20 de febrero de 2016
comenzó una experiencia cuyas secuelas, cuyas lecciones, durarán siempre.
Fueron sólo 9 días intensos, repletos de sensaciones. No creo que pueda plasmar
en palabras algunas de ellas, pero lo intentaré.
Sobre el equipo humano.
Sería fácil agarrarse al tópico de
que las personas que se lanzan a una experiencia así tienen que compartir algo
en su interior. Pues sí, es fácil, y muy tentador (y muy cierto), por lo que lo
voy a hacer. Cada uno con sus motivos, todos teníamos algo que dar: nuestra
ciencia, nuestra experiencia, pero, sobre todo, ese algo interior que
compartíamos, y que, pese a ser tópico, no puede ser nombrado y ni siquiera
descrito. Eso sí, para mí, todos fueron excelentes profesionales y excelentes personas.
Creo que cada uno de nosotros intentó dar lo mejor a cada paciente.
En República Dominicana nos
esperaba, de manera inesperada, otra parte del equipo que se integró desde el
primer día, desde el primer abrazo de acogida que nos sorprendió en el
Aeropuerto de las Américas. Fueron
nuestro enlace con el mundo que nos disponíamos a conocer.
Sobre el país.
Al llegar a Republica Dominicana,
sorprende en primer lugar la luz. Luego, las personas, los coches
destartalados, el tráfico caótico, las casas arremolinadas en los bordes de las
carreteras, los colores de sus paredes, las ventanas abiertas, las gentes
sentadas delante, hablando o simplemente mirando pasar a otras, las sonrisas,
los niños jugando con un palo, los perros vagabundos buscando algo que comer,
los ojos que te miran desde su mundo tan distinto. Pero sobre todo, lo que más
me llamó la atención, fue el mar, y su contraste con la luz. El mar era como
una inmensa sábana azul temblorosa, siempre presente.
Sobre la experiencia clínica.
Como optometrista de una clínica
privada de cirugía refractiva, acostumbrado a los mejores medios técnicos y a
ver ojos sanos cuyo principal problema era el uso de corrección óptica, encontrarme
sumergido de repente en otro mundo completamente distinto desde el punto de
vista de los problemas que acusaban los pacientes, fue, como mínimo, como un
terremoto. El primer día vi algunas personas ciegas. En mi vida profesional
anterior, vi muy pocas, y siempre dejaron su huella. Ese primer día en Barahona,
no pude contener mi emoción y mi pena al ver esos ojos que pedían ayuda
desesperadamente. Mis compañeros médicos oftalmólogos, me sorprendieron con la
entereza y la profesionalidad con la que encajaban y trataban el problema. Ese
primer baño de realidad, de la realidad de esas gentes, tuvo que crear alguna
capa de fortaleza.
Los problemas refractivos de los
pacientes eran muy comunes, pero la reacción de las personas al dar con la
combinación de lentes adecuada, no era tan común. Algo que me llevaré siempre,
son las sonrisas de la gente bajo la gafa de pruebas, algo que no puedes ver
cuando refraccionas con foróptero, sobre todo cuando están acostumbradas a ver
bien.
Son muchísimas las pequeñas
historias de éxitos y fracasos en mi pequeño ámbito refractivo, pero hay una
que quisiera explicar brevemente. Un paciente joven, afáquico, sordomudo, con
dificultades de comunicación evidentes, acude a nosotros. Tras ser examinada
por mis compañeros, me lo remiten para refracción. Su madre me dice que hace
años llevó gafas, pero que las perdió y ahora él anda algo perdido por el
mundo, y que su principal afición es dibujar. Tras unos breves gestos y
miradas, asentamos nuestro lenguaje de comunicación: dedo arriba es mejor, dedo
abajo, peor. Así, y con una comunicación que fue algo más allá que la
establecida previamente (gracias a los ojos, que hacen algo más que mirar a veces),
conseguimos que vea mejor: ¡agudeza visual de 0.6! Luego, le añado la adición,
y su expresión cuando vio el test de cerca fue algo que no puedo describir. No
sé cómo, pero su madre me dijo inmediatamente que había preguntado que cuándo
tendría sus gafas nuevas, que si las podía llevar ya. Es muy difícil saber
cuándo estás en un momento inolvidable, porque los mejores momentos son como
estrellas fugaces, pero sospecho que, profesionalmente, fue uno de ellos.
Sobre la vuelta a casa.
Cuando acabas una experiencia de
este tipo, tienes dos traumas: uno, dejar todo lo que hay por hacer allí, y
dos, dejar a un grupo de personas con las que has creado, en tan poco tiempo,
tan fuertes lazos de compañerismo y amistad. Y el trauma no es porque sea algo
doloroso, es casi más un trauma psicológico, algo que pasa tan rápido que,
cuando quieres pensarlo, ya está lejos, pero aún tienes sensaciones, como una
especie de inercia de las experiencias vividas. Lo cierto es que, al segundo o
tercer día, los empiezas a echar de menos. Esos momentos por la noche, después
de un día agotador, los trayectos hacia o desde el hospital, en aquélla parte
de atrás de una furgoneta agarrados para no caer y rodar por la carretera, las
risas de los buenos momentos, y las tensiones de la máquina humana que tiene
que engranarse y ajustarse en poco tiempo para funcionar. Todo ha formado parte
de la gran experiencia que se inició para ayudar a unas gentes que, de verdad,
realmente, lo necesitaron.
Palma de Mallorca, 6 de marzo de 2016.
Amigo José Antonio. Me emocionan tus papabras, las comparto y las siento por completo,allí dejamos un pedacito de corazón pero nos lo trajimos más henchido.
ResponderEliminarAmigo José Antonio. Me emocionan tus papabras, las comparto y las siento por completo,allí dejamos un pedacito de corazón pero nos lo trajimos más henchido.
ResponderEliminarSi, Toñi, el trocito de corazón que alli dejamos pertenece a esas gentes que tanto necesitan. El que trajimos, irremediablemente estará siemore unido alli y formará parte de cada uno de nosotros.
EliminarSi, Toñi, el trocito de corazón que alli dejamos pertenece a esas gentes que tanto necesitan. El que trajimos, irremediablemente estará siemore unido alli y formará parte de cada uno de nosotros.
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